Encastrar la pieza. 5p1oo
El fin del aquelarre 6a3w5m
Ajustarla.
Evitar que quede desalineada con el resto. La tarea parece sencilla pero requiere cierta precisión que sólo un experto puede lograr.
Si hablamos de fútbol, la metodología puede ser aplicable.
Incorporar futbolistas a un esquema definido, sobre bases estratégicas ya aprendidas, requiere precisión en la elección y pericia del jugador escogido para la adaptación. Incluso, como si se tratara de una puesta en escena -a veces- el ejecutante deberá recurrir a un estilo diferente del que utiliza habitualmente.
El italianismo aggionar refiere a remozar y actualizar.
Más que reinventar es acompasar una disciplina a los cambios competitivos.
En nuestro fútbol, y en medio de la dialéctica aburrida, y fuera de tiempo, que ensalza una manera de ser que se rotula bajo el pomposo calificativo de “la nuestra”, todo cambio se mira con la misma desconfianza con la que Jerry se acerca a Tom cuando éste le propone una tregua.
Hay entrenadores que consideran una traición dejarse atrapar por lo nuevo.
Pregonan errantes por las calles de la táctica y la estrategia, cuál vagabundo en fuga, que la gloria se construyó metiendo pata y con la camiseta ensangrentada, patrones de una garra charrúa que hoy no asegura triunfos. En todo caso, algún benévolo mediador podrá soplarle al oído del enfervorizado religioso de una mística desactualizada que sí podemos hablar de actitud y carácter.
La selección pasó por la milenaria China con otra imagen.
Aire fresco, equipo renovado, aggiornado.
De todos modos, buena parte del suceso de un entrenador no está en la pizarra sino en convencer a los futbolistas.
Que haya una sinfonía afinada depende de los intérpretes y de la magia que pueda distinguir a los mejores artistas a los que el Director deberá inculcar su impronta, su lectura, sus convicciones hasta adoctrinarlos.
El fútbol moderno instaló la necesidad de debatir sobre presión asfixiante, intensidad, labor posicional, recuperación de pelota,horizontalidad y gran verticalidad. Queda claro que dormir una siesta antes de una final de copa del mundo es cosa del siglo pasado, que los partidos se pueden ganar por un detalle y que el nivel de información es tan copioso que procesarlo es parte del éxito.
Ya no es preciso distinguir entre ángeles y demonios en el fútbol uruguayo más allá que muchos se empeñen en resolver enigmáticos ambigramas.
Hace años el éxito de la selección de Tabárez pulverizó las reuniones de brujas, la crítica mal intencionada y no funcionan hechizos y rituales para derrocar al sabio conductor.
Cercado durante mucho tiempo por un aquelarre, el Maestro sorteó erróneas predicciones que lo situaban fuera del combinado uruguayo tras el mundial de 2010. Se convirtió en el DT que más veces dirigió un equipo nacional en el planeta, transformó la duda en certeza, logró la adhesión de los futbolistas, transformó a uno de los suyos en el máximo goleador, a otro en capitán con más presencias, un lugarteniente fue Balón de Oro y, seguramente, vendrán más lauros para los suyos.
En medio del acalorado debate entre fiesta y garra charrúa, el técnico se encargó de pulverizar las objeciones de los negadores del éxito.
Uruguay cambió.
Un aire fresco invadió la selección, se cerraron ciclos, se potenció la manera de abastecer a Suárez y Cavani y pidieron cancha futbolistas jóvenes pero maduros.
El equipo se atrevió a romper con los estereotipos antiquísimos y se apoderó de la pelota con precisión en el detalle progresando en la cancha con la elegancia reclamada durante tanto tiempo.
El Mundial se acerca y el entusiasmo mesurado está permitido.
Sobretodo, porque en la lejanía, las voces críticas han quedado afónicas de gritar sin ser oídas.
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